miércoles, 12 de enero de 2011

Los novísimos


Dice Benedicto XVI en el libro Luz del Mundo (y no le falta nada de razón) preguntado sobre "el silencio que reina en el anuncio sobre los temas escatológicos que son de índole existencial e incumben a todo el mundo" que:


" Ésa es una cuestión muy seria. Nuestra predicación, nuestro
anuncio está orientado realmente de forma unilateral hacia la plasmación de un mundo mejor, mientras que el mundo realmente mejor casi no se menciona ya
. Aquí tenemos que hacer un examen de conciencia. Por supuesto, se
intenta salir al encuentro de los oyentes, decirles aquello que se halla dentro
de su horizonte. Pero nuestra tarea es al mismo tiempo abrir ese horizonte,
ampliarlo y mirar hacia lo último."
Por eso aunque se publicara hace más de 15 años, no está de menos -dada la escasez quizás para encontrar sobre el tema que nos ocupa- recordar el documento de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española titulado: Esperamos la Resurreción y la Vida Eterna del 26 de Noviembre de 1995.
Como siempre, citamos literalmente. En este caso los puntos 12 y 13 titulados: En el cielo "estaremos siempre con el Señor" (1 Tes 4, 17). La negrita -como es habitual- reseña los puntos más incisivos.
12. La vida humana tiene, pues, un hacia dónde, un destino que no se identifica
con la oscuridad de la muerte. Hay una patria futura para todos
nosotros, la casa del Padre, a la que llamamos cielo.
La inmensidad de
los cielos estrellados que observamos "allá arriba", desde la tierra, puede
sugerir, a modo de imagen, la inmensa felicidad que supone para el ser humano su
encuentro definitivo y pleno con Dios. Este encuentro es el cielo del que nos
habla la Sagrada Escritura con parábolas y símbolos como los de la fiesta de las
bodas, la luz y la vida.

"Lo que ojo no vio, ni oido oyó, ni mente humana concibió" es "lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Cor 2, 9). No podemos, por eso, pretender una descripción del cielo. Pero nos basta con saber que es el estado de completa comunión con el Amor mismo, el Dios trino y creador, con todos los miembros del cuerpo de Cristo, nuestros hermanos (singularmente con nuestros seres queridos), y con toda la creación glorificada. De esa comunión goza
plenamente ya quien muere en amistad con Dios
, aunque a la espera
misteriosa del "último día" (Jn 6, 40), cuando el Señor "venga con gloria" y,
junto con la resurrección de la carne, acontezca la transformación gloriosa de
toda la creación en el Reino de Dios consumado (cf. Rom 8, 19-23; 1 Cor 15, 23;
Tit 2,13; LG 48-51).

13. Conviene no olvidar que la vida nueva y eterna no es, en rigor, simplemente otra vida; es también esta vida en el mundo. Quien se abre por la fe y el amor a la vida del Espíritu de Cristo, está compartiendo ya ahora, aunque de forma todavía imperfecta, la vida del Resucitado: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). El Papa Juan Pablo II, al proponer en su carta encíclica Evangelium vitae la integridad del gozoso mensaje de la fe sobre la vida humana, recuerda que ésta encuentra su "pleno significado" en "aquella vida `nueva' y `eterna', que consiste en la comunión
con el Padre" (EV 1). "La vida que Dios da al hombre es mucho más que un existir
en el tiempo" (EV 34). "La vida que Jesús promete y da" es eterna "porque es
participación plena de la vida del Eterno" (EV 37). Al mismo tiempo, el Papa no
deja de señalar que la vida eterna, siendo "la vida misma de Dios y a la
vez la vida de los hijos de Dios"
(EV 38), "no se refiere sólo
a una perspectiva supratemporal", pues el ser humano "ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina"
(EV 37). Todo esto tiene inevitables consecuencias para la relación entre escatología y ética,
entre vida en plenitud y vida en el bien, relación sobre la que hablaremos más
adelante.

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