martes, 2 de septiembre de 2014

La unidad en el matrimonio

 
Tertuliano es una de las grandes personalidades de la Iglesia antigua que vivió entre los siglos II y III en Cartago. Es el primer teólogo que escribe en latín y el primero –casualidad o no- que utiliza la palabra Trinidad para referirse a las tres personas en Dios, mostrando esa comunión de personas cuya imagen tenemos reflejada en el matrimonio.

Tal y como resaltaba Benedicto XVI en una de sus catequesis de los miércoles[1] "como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo". "Sus escritos son importantes, además, para comprender tendencias vivas en las comunidades cristianas sobre María santísima, sobre los sacramentos de la Eucaristía, del Matrimonio y de la Reconciliación, sobre el primado de Pedro, sobre la oración…" y “analiza también la conducta moral de los cristianos y la vida futura”.

No es fácil encontrar un teólogo que ya en los orígenes de la Iglesia hiciera hincapié en el tema de la vida tras la muerte. Como indicaba Benedicto XVI “tenemos la esperanza de que el futuro sea nuestro porque el futuro es de Dios. De este modo, la resurrección del Señor se presenta como el fundamento de nuestra resurrección futura, y representa el objeto principal de la confianza de los cristianos: «La carne resucitará --afirma categóricamente el africano--: toda la carne, precisamente la carne. Allí donde se encuentre, se encuentra en consigna ante Dios, en virtud del fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios al hombre y el hombre a Dios» («La resurrección del cuerpo», 63,1).


Y dentro de esa carne resucitada, se encuentra también la unidad de la carne del matrimonio, tal y como expresa Tertuliano en esta bella carta escrita en el año 202 dC:


Cuán bello, entonces, el matrimonio de dos cristianos,

dos que son uno en la esperanza, uno en el deseo,

uno en la forma de vivir que siguen, uno en la religión que practican.

Son como hermanos, ambos siervos del mismo Amo. Nada los divide,

ni en la carne ni en el Espíritu. Ellos son en realidad, dos en una carne;

y donde no hay sino una carne, tampoco hay sino un espíritu.

Oran juntos, adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro,

se animan el uno al otro, se fortalecen el uno al otro.

Codo con codo afrontan las dificultades y las persecuciones,

comparten sus consolaciones. No tienen secretos el uno con el otro,

nunca rehúye el uno la compañía del otro; nunca el uno le trae pesar

al corazón del otro.… Salmos e himnos se cantan el uno al otro.

Oyendo y viendo esto, Cristo se goza. A los tales Él les da su paz.

Donde hay dos juntos, allí también está Él presente, y donde Él está, el mal no está.

 



[1] Benedicto XVI en la intervención durante la audiencia general del miércoles 30 de Mayo de 2007.