lunes, 5 de mayo de 2014

El ciento por uno


Del Evangelio de Mateo, el capítulo 19 es uno de los más referenciados. No porque contenga un episodio concreto de la vida de Jesús muy trascendental, si no porque son varios los hechos y muy significativos.
La pregunta del divorcio de los fariseos quizás es la más recurrida, sobre todo en la actualidad por todo lo que supone para el matrimonio; pero el "dejad que los niños se acerquen a mí" o el episodio con el joven rico, el camello y la aguja no se quedan muy atrás.

En esta ocasión, quería reflexionar sobre el "ciento por uno" que promete el Señor.

La frase es muy conocida y empleada, pero si bien normalmente el comentario de Jesús en el versículo 29 se ha tomado tradicionalmente como referencia inmediata de la elección del camino de la pobreza, el famoso "consejo evangélico", éste se ha relacionado directamente con aquellos que optan por la vida religiosa.

Una situación que puede haber fomentado este pensamiento es que en la exhortación "Vita Consecrata" sobre la vida religiosa, San Juan Pablo II profundiza en las cualidades de esa opción por la pobreza; indicando que no se trata tanto de pobreza socio-económica si no de pobreza que abarca todos los ámbitos: una forma de vivir, tal y como recuerda el Padre J. Rovira CMF.
Se ha deducido de esta manera que al tratarse de una exhortación sobre la vida religiosa, dicha cualidad se excluye de otras posibles vocaciones.

Sin embargo, volviendo al Evangelio, las palabras de Jesús son en realidad respuesta a la pregunta de Pedro siguiente:
«Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?»

Pedro estaba casado, y según los Padres de la Iglesia, seguía casado cuando se encontró con Jesús llegando incluso su mujer a sufrir el martirio, por lo que no podemos decir que abandonó su matrimonio para seguir al Señor, sino más bien, abandonó los trabajos en los que estaba ocupado o al menos de la manera en los que los estaba llevando a cabo.
Aclarado este aspecto, y entendida la pobreza evangélica dirigida a todos -a todas nuestras vidas- y no sólo a una determinada vocación, se entiende también la respuesta de Jesús a Pedro, muy personal pero que no da lugar a dudas sobre lo que supone esta renuncia; ya que incluye a los hijos, pero no al cónyuge.

La respuesta del Señor es clara:

“Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.”

No nos engañemos ni nos dejemos engañar, como bien acababa de decir Jesús a los fariseos: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Y si Dios lo ha unido, no va a ser Él quien lo separe.

Ése ciento por uno no está reservado entonces a la vida religiosa o a aquellos que tienen voto de pobreza, si no a todos aquellos que en respuesta a la llamada del Señor vivan una vida de pobreza evangélica, por lo tanto también al matrimonio.
Una vida no de falta de bienes, sino de co-participación de los bienes, expresión de la comunión eclesial de las primeras comunidades y que el matrimonio y la familia -como Iglesia doméstica- tiene en su misma raíz de manera intrínseca y propia.

Y qué casualidad, entre los frutos que promete el Señor no sólo está el ciento por uno, si no la Vida eterna. La Vida eterna para una carne sola, que ya no son dos, como también acaba de decir Jesús en el versículo 6.