miércoles, 5 de noviembre de 2014

Imaginarse el Cielo


Ignacio Pérez nos cuenta en su artículo de Aleteia: ¿Cómo imaginarse el cielo? ¿Qué haremos en él?, cómo Julián Marías pensaba el cielo.

El filósofo vallisoletano invita a “imaginar el Cielo”, ya que como pupilo de Ortega y Gasset, “la explicación de las cosas no las hace por su naturaleza, sino en términos de movimiento”. Por eso, tiene en cuenta que para llegar a un sitio necesitamos pasar siempre por tres fases; primero imaginarlo, a continuación desearlo para, por último, llegar poseerlo.

Son muchos los apuntes sobre el Cielo que se señalan en el artículo. En algunos de ellos Julián Marías salta por encima de algunos pensamientos tradicionales de los teólogos. Entre tanta frescura y novedad quiero yo resaltar aquí tres de ellos [los corchetes son míos]:

-       El Cielo será un mundo: [Para los que siguen pensando que en el Cielo nos convertiremos en seres angelicales]

«En el Cielo viviremos una vida corporal y mundana, porque será en un mundo. Hay que señalar que Marías no muestra una conciencia de la ruptura escatológica, aunque su descripción cumple la finalidad de imaginar para desear.
Dice san Juan que vio “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Concretamente habla la Escritura de una ciudad: la “nueva Jerusalén”

-       En el Cielo habrá relaciones interpersonales: [Para los que siguen pensando que en el Cielo estaremos continuamente contemplando a Dios en pantalla gigante]

«También explica qué cosas y qué personas hallaremos dentro del mundo que imagina. Para empezar, en él encontraremos a los seres queridos. Precisamente ese amor nos proyecta también a la vida eterna.
No vagaremos flotando de forma espectral. “Dios nos conocerá por nuestro nombre”. Resuena como un eco la frase de otro converso, Peguy: “En mi Paraíso, habrá cosas”

-       Un Cielo de cantantes, jardineros, madres de familia… [Para los que siguen pensando que el Cielo es ruptura con nuestra actividad vocacional terrestre]

«En la nueva vida, seguiremos ejerciendo nuestra profesión. “Eso lo tengo claro en las actividades vocacionales”. Así un labrador, una madre de familia. “Si no, no sería nuestra vida”

El resto del artículo también es muy aleccionador, pero de estas tres reflexiones podemos pensar nosotros que para poder llegar a desearlo quizás no estamos haciendo mal en imaginar el Cielo; aunque haciéndolo nos podamos quedar cortos.

martes, 2 de septiembre de 2014

La unidad en el matrimonio

 
Tertuliano es una de las grandes personalidades de la Iglesia antigua que vivió entre los siglos II y III en Cartago. Es el primer teólogo que escribe en latín y el primero –casualidad o no- que utiliza la palabra Trinidad para referirse a las tres personas en Dios, mostrando esa comunión de personas cuya imagen tenemos reflejada en el matrimonio.

Tal y como resaltaba Benedicto XVI en una de sus catequesis de los miércoles[1] "como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo". "Sus escritos son importantes, además, para comprender tendencias vivas en las comunidades cristianas sobre María santísima, sobre los sacramentos de la Eucaristía, del Matrimonio y de la Reconciliación, sobre el primado de Pedro, sobre la oración…" y “analiza también la conducta moral de los cristianos y la vida futura”.

No es fácil encontrar un teólogo que ya en los orígenes de la Iglesia hiciera hincapié en el tema de la vida tras la muerte. Como indicaba Benedicto XVI “tenemos la esperanza de que el futuro sea nuestro porque el futuro es de Dios. De este modo, la resurrección del Señor se presenta como el fundamento de nuestra resurrección futura, y representa el objeto principal de la confianza de los cristianos: «La carne resucitará --afirma categóricamente el africano--: toda la carne, precisamente la carne. Allí donde se encuentre, se encuentra en consigna ante Dios, en virtud del fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios al hombre y el hombre a Dios» («La resurrección del cuerpo», 63,1).


Y dentro de esa carne resucitada, se encuentra también la unidad de la carne del matrimonio, tal y como expresa Tertuliano en esta bella carta escrita en el año 202 dC:


Cuán bello, entonces, el matrimonio de dos cristianos,

dos que son uno en la esperanza, uno en el deseo,

uno en la forma de vivir que siguen, uno en la religión que practican.

Son como hermanos, ambos siervos del mismo Amo. Nada los divide,

ni en la carne ni en el Espíritu. Ellos son en realidad, dos en una carne;

y donde no hay sino una carne, tampoco hay sino un espíritu.

Oran juntos, adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro,

se animan el uno al otro, se fortalecen el uno al otro.

Codo con codo afrontan las dificultades y las persecuciones,

comparten sus consolaciones. No tienen secretos el uno con el otro,

nunca rehúye el uno la compañía del otro; nunca el uno le trae pesar

al corazón del otro.… Salmos e himnos se cantan el uno al otro.

Oyendo y viendo esto, Cristo se goza. A los tales Él les da su paz.

Donde hay dos juntos, allí también está Él presente, y donde Él está, el mal no está.

 



[1] Benedicto XVI en la intervención durante la audiencia general del miércoles 30 de Mayo de 2007.

lunes, 5 de mayo de 2014

El ciento por uno


Del Evangelio de Mateo, el capítulo 19 es uno de los más referenciados. No porque contenga un episodio concreto de la vida de Jesús muy trascendental, si no porque son varios los hechos y muy significativos.
La pregunta del divorcio de los fariseos quizás es la más recurrida, sobre todo en la actualidad por todo lo que supone para el matrimonio; pero el "dejad que los niños se acerquen a mí" o el episodio con el joven rico, el camello y la aguja no se quedan muy atrás.

En esta ocasión, quería reflexionar sobre el "ciento por uno" que promete el Señor.

La frase es muy conocida y empleada, pero si bien normalmente el comentario de Jesús en el versículo 29 se ha tomado tradicionalmente como referencia inmediata de la elección del camino de la pobreza, el famoso "consejo evangélico", éste se ha relacionado directamente con aquellos que optan por la vida religiosa.

Una situación que puede haber fomentado este pensamiento es que en la exhortación "Vita Consecrata" sobre la vida religiosa, San Juan Pablo II profundiza en las cualidades de esa opción por la pobreza; indicando que no se trata tanto de pobreza socio-económica si no de pobreza que abarca todos los ámbitos: una forma de vivir, tal y como recuerda el Padre J. Rovira CMF.
Se ha deducido de esta manera que al tratarse de una exhortación sobre la vida religiosa, dicha cualidad se excluye de otras posibles vocaciones.

Sin embargo, volviendo al Evangelio, las palabras de Jesús son en realidad respuesta a la pregunta de Pedro siguiente:
«Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?»

Pedro estaba casado, y según los Padres de la Iglesia, seguía casado cuando se encontró con Jesús llegando incluso su mujer a sufrir el martirio, por lo que no podemos decir que abandonó su matrimonio para seguir al Señor, sino más bien, abandonó los trabajos en los que estaba ocupado o al menos de la manera en los que los estaba llevando a cabo.
Aclarado este aspecto, y entendida la pobreza evangélica dirigida a todos -a todas nuestras vidas- y no sólo a una determinada vocación, se entiende también la respuesta de Jesús a Pedro, muy personal pero que no da lugar a dudas sobre lo que supone esta renuncia; ya que incluye a los hijos, pero no al cónyuge.

La respuesta del Señor es clara:

“Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.”

No nos engañemos ni nos dejemos engañar, como bien acababa de decir Jesús a los fariseos: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Y si Dios lo ha unido, no va a ser Él quien lo separe.

Ése ciento por uno no está reservado entonces a la vida religiosa o a aquellos que tienen voto de pobreza, si no a todos aquellos que en respuesta a la llamada del Señor vivan una vida de pobreza evangélica, por lo tanto también al matrimonio.
Una vida no de falta de bienes, sino de co-participación de los bienes, expresión de la comunión eclesial de las primeras comunidades y que el matrimonio y la familia -como Iglesia doméstica- tiene en su misma raíz de manera intrínseca y propia.

Y qué casualidad, entre los frutos que promete el Señor no sólo está el ciento por uno, si no la Vida eterna. La Vida eterna para una carne sola, que ya no son dos, como también acaba de decir Jesús en el versículo 6.

martes, 4 de marzo de 2014

Bendición sobre el cónyuge

Quiero compartir esta sencilla oración, que es algo más, ya que en realidad es una bendición.
Bendecir viene de bien-decir y significa transmitir la vida o expresar buenos deseos a otra persona. También puede significar dar gracias o reconocer la bondad de otros. Por eso Dios nos bendice y nosotros le bendecimos también a Él.
En este caso, nuestra bendición sobre el cónyuge contiene todos los significados de la palabra: reconocimiento, agradecimiento, buenos deseos, transmisión de vida y mirada puesta también en un futuro conjuntamente vivido y bendecido.


Dios misericordioso,
bendice a mi marido (mi esposa)
y pon tu mano protectora sobre él (ella).
Te doy gracias por esta persona
que me has puesto al lado,
con la cual puedo compartir mi vida.
A través de ella me has bendecido.
Muchas cosas he recibido por medio de ella.
Por eso te pido:
Envíales tu Santo Espíritu.
Ponlo (ponla) mediante tu Espíritu
en contacto con la fuente interior del amor,
que nunca se seca porque es divina.
Hazle beber siempre de este amor,
aun cuando los sentimientos a veces
se desvanezcan o se debiliten.
Haznos crecer juntos
en esta fuente del amor
que nos une en lo más profundo.
Bendice nuestro amor común,
que nos une cada vez más profundamente
y nos da parte
en tu amor divino, que fluye en nosotros.
Bendice su trabajo
para que le depare alegría
y para que de él siempre se derive bendición
para los demás.
Acompáñale en todos sus caminos,
para que se sepa protegido (protegida) por ti
y sienta en todas partes tu cercanía amorosa.
Dale paz interior,
para que se sepa en armonía
consigo mismo (misma) y siga su camino
lleno (llena) de confianza en el futuro.
Bendice nuestro futuro común,
para que mutuamente nos apoyemos
y nos mantengamos vivos
y así seamos sensibles a aquello
de lo que nos crees capaces, a la bendición
que ha de salir conjuntamente de nosotros.
Amén.